Escribo este artículo porque me parece un interesante asunto del que poco, o casi nada, se habla en el mundo del contrabajo concertista. La gran pregunta que algunos nos hacemos de vez en cuando: ¿Es moral o no tocar como solista con un contrabajo amplificado? Algunos intérpretes, tanto detractores como partidarios, lo tienen bastante claro, pero otros no tanto.
Con este enunciado me estoy refiriendo, por supuesto, a tocar con amplificación como simple apoyo, con poco volumen —sólo el suficiente para poder interpretar algunos pasajes de manera más cómoda, sin forzar la sonoridad, manteniendo el timbre natural del propio instrumento—. Yo mismo he hecho pruebas y demostraciones a otros colegas, consiguiendo que el espectador en la sala no fuese capaz de detectar si el sonido salía de mi instrumento o de un amplificador colocado a metro y medio de distancia.

Hace pocos años, amplificar un contrabajo con microfonía en una sala de conciertos para tocar como solista delante una orquesta era impensable. Se convertía en una tarea bastante complicada, tanto desde el punto de vista técnico como práctico. El resultado sonoro tendía a ser bastante precario (además de los molestos y recurrentes pitidos de la retroalimentación del efecto Larsen que solían acompañar a cada interpretación). Normalmente, el sonido del instrumento terminaba siendo poco claro y definido, por no hablar de la pericia que había que tener para tocar pasajes difíciles rodeado de incómodos soportes que fácilmente podían ser golpeados, produciendo desagradables “soplidos” de ruido en la sala.
Esto era lo habitual hasta no hace mucho tiempo. Pero, afortunadamente, hoy contamos con algunos micrófonos que sí nos permiten conseguir un sonido realista y que, por su colocación, lo captan de una forma más direccional, aislando así un poco el contrabajo de los demás sonidos de la sala. Algunos de estos micrófonos tienen también la peculiaridad de cuidar mucho el no molestar al intérprete en su manejo de la mano derecha, además de casi no distorsionar la estética del propio instrumento.
Otro inconveniente añadido a tocar amplificado es desde dónde emitir el sonido capturado por el micrófono. Cada vez más salas de concierto cuentan con PA e ingenieros de sonido, pero también es posible utilizar un cabezal con una pantalla con altavoz o, en su defecto, incluso, utilizar un combo, siempre que este tenga alimentación phantom o usemos a mayores un cabezal auxiliar.
A pesar de las cuestiones técnicas, que simplemente he querido mencionar sin mucho detenimiento, la conclusión a la que llego sobre este asunto es que creo que es el propio solista, en sí mismo, o el músico en general, el mayor obstáculo para tocar amplificado en algunos casos, porque tampoco sería necesario para todo tipo de repertorio.
Creo que seguimos pensando que quien toca amplificado lo hace porque no es capaz de conseguir el suficiente sonido para tocar delante de una orquesta, y que esto seguramente lo pensará también la mayoría de los músicos de la orquesta e incluso el director.
Solemos pasar por alto factores clave a la hora de no querer usar el apoyo, por pequeño que sea, de microfonía para tocar como solista. Y uno de los principales factores es algo tan básico como el hecho de que el contrabajo no fue diseñado para usarse como instrumento solista. Hoy en día, los lutieres y los fabricantes de cuerdas han mejorado algunas características que nos ayudan en la proyección del sonido, pero, aún así, nuestro instrumento no está orgánicamente pensado para tocar delante de una orquesta.
Otra importante razón es lo que han evolucionado las salas de concierto, pasando de ser reducidas estancias, como pequeños teatros o liceos, a ser grandes salas preparadas para acoger a públicos de 2.500 personas, si no más. También hay que tener en cuenta que en ocasiones los compositores abusan de instrumentaciones excesivas, empleando una gran masa sonora y tímbrica que no ayuda a brillar al solista, incluso recurriendo a veces a dinámicas inapropiadas. Todo esto se traduce en la necesidad de forzar el sonido o de cambiar articulaciones in situ.
Hoy en día, disfrutamos de muchas grabaciones en disco, vídeo y streaming de muchos grandes solistas, sin darnos cuenta de que lo que estamos escuchando no es exactamente lo que escucharíamos si estuviésemos en el palco de butacas. Todos esos solistas que vemos en los vídeos y escuchamos en los discos —todos— suenan amplificados, en el sentido de que el sonido de su instrumento ha sido capturado con un micrófono, y en la edición ha sido colocado un punto por encima en plano sonoro, con una proyección más directa de como sonaría en una sala.
Pensando sobre esta realidad, me preguntaba de qué manera se podría naturalizar el recurso de amplificar el instrumento solista en alguna obra en concreto. Por ejemplo, Frank Proto sugiere amplificar el contrabajo solista en la partitura orquestal de su Carmen Fantasy, pero, a pesar de esta sugerencia del propio compositor, casi nadie lo hace.
En el año 2017, impartiendo una masterclass en el Royal College of Music de Londres, hicimos una conferencia sobre Composición para contrabajo. Los ponentes éramos Alberto Bocini, David Heyes y yo, y durante la charla alguien preguntó sobre esta cuestión. Pensando de qué manera se podría amplificar el contrabajo en una obra solista sin ningún tipo de prejuicio por parte de ningún director, orquesta o incluso público, Bocini dijo muy acertadamente: “¡Incluyéndolo en el título!”. Me pareció una idea tan brillante que al año siguiente, 2018, escribí por encargo de Diego Zecharies un concierto para contrabajo y orquesta de cuerdas en estilo Funk/Blues/Hip hop que lleva por título Concerto for Amplified Double Bass & String Orchestra.
En esta obra, en concreto, a pesar del estilo musical en la que está escrita, el uso de amplificación sería opcional realmente, ya que el solista es acompañado por una orquesta de cuerda, y además cuenta con numerosas cadencias de contrabajo solo, pero igualmente me pareció interesante especificarlo en el título para romper ciertas barreras invisibles.
Termino el presente artículo aclarando que no pretendo convencer a nadie de nada, sino simplemente compartir esta reflexión que me acompaña desde hace algunos años.