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El contrabajo, sobre los hombros de Henze

Abstract:

“Debía ser música pura y absoluta, forma sonora en movimiento, conque de nuevo se dibujaba en el horizonte la espantosa cabeza de Gorgona del formalismo”. Así describe Hans Werner Henze (1926 – 2012) en sus memorias el propósito con el que acometía la escritura de su Concierto para contrabajo y orquesta. Era otoño de 1966…

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Publication date:

ISSN: 2792-8349

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International Journal of Music

“Debía ser música pura y absoluta, forma sonora en movimiento, conque de nuevo se dibujaba en el horizonte la espantosa cabeza de Gorgona del formalismo”. Así describe Hans Werner Henze (1926 – 2012) en sus memorias el propósito con el que acometía la escritura de su Concierto para contrabajo y orquesta. Era otoño de 1966 y se trataba de un encargo del contrabajista norteamericano Gary Karr (n. 1941), gran admirador de la música del compositor alemán.

Henze fue un autor prolífico y ecléctico. Y a pesar de no estar oficialmente adscrito a ninguna corriente, o precisamente por eso, podría afirmarse que fue uno de los últimos baluartes de la tradición de la música occidental. Muchos de los planteamientos estéticos del siglo XX discurren en su música encauzados en las grandes formas clásicas. No en vano, se le reconoce como uno de los últimos grandes operistas. Mozart, Stravinsky y Hindemith estuvieron siempre entre sus principales referentes.

De origen humilde, en su juventud fue alistado por el ejército nazi, convirtiéndose para el resto de su vida en un ferviente enemigo del fascismo y de una burguesía de la que de alguna manera acabó formando parte. En sus escritos y entrevistas manifestó abiertamente que su condición de homosexual y sus planteamientos marxistas no podían ser eludidos a la hora de comprender su obra. Su compleja figura, a veces contradictoria, conforma una de esas biografías que nos servirían para ilustrar gran parte de la historia del siglo XX: la Segunda Guerra Mundial, el Mayo del 68, la Revolución Cubana o las biografías de amigos como Luchino Visconti o Ingeborg Bachmann. Sucesos inseparables de su obra y su actividad musical.

El Concierto para contrabajo y orquesta de Henze es exigente, tanto para el intérprete como para el oyente. Parece que Henze y Karr no se llevaron bien del todo, y puede que la obra no fuera exactamente lo que el contrabajista esperaba. Hay influencias del serialismo que repudió, del neoclasicismo, del jazz, e incluso de los texturalistas, por su énfasis en el timbre y el flujo de masa sonora. La rítmica es suntuosa y, efectivamente, el sonido fluye, se mueve. Al intérprete no se le regala ningún pasaje de melodía memorable en el sentido romántico. Prevalecen siempre el juego tímbrico y la textura en movimiento.

La literatura para contrabajo solista se ha caracterizado por ser escasa, oscura y huidiza. Desde la legendaria pérdida de un supuesto concierto escrito por Haydn al falso Dragonetti de Nanny, pasando por la participación de Glière en el de Koussevitzky, hemos tenido que “conformarnos” con obras compuestas por compositores a veces mal llamados “menores” o, en los mejores casos, por virtuosos del contrabajo con la suficiente habilidad como para escribir obras competentes en las que demostrar la conquistada versatilidad del instrumento. Ahí queda, como muestra, la tradición encarnada por autores como Bottesini, Proto, Scodanibbio, Hauta-aho o Edgar Meyer. Por lo que, considerando que conciertos icónicos como los de Wanhal o Dittersdorf fueron escritos para contrabajos de distinta configuración a la actual, y considerando también que estos fueron compositores que gozaron de popularidad en su momento, podría afirmarse que tendríamos que esperar a 1949 y la Sonata de Paul Hindemith para poder contar con la obra solística de un compositor de primera línea pensada para el contrabajo tal y como lo conocemos hoy. Parece, sin embargo, que el resto de grandes nombres del siglo XX se olvidaron de recoger el testigo… Hasta la llegada de Henze.

Es justo señalar que Xenakis, Berio, Gubaidulina o Scelsi sí recibieron el mensaje; pero ni Messiaen, Ligeti, Shostakóvich o Penderecki —que pudieron habernos regalado alguna página brillante— se embarcaron en la tarea, como tampoco lo hicieron Glass, Cage o Reich. Henze, pues, destaca como el único compositor unánimemente reconocido que ha escrito un concierto para contrabajo solista y orquesta en las últimas décadas. Y, sin embargo —y aquí radica el motivo por el que escribo estas líneas—, sigue sin aparecer con asiduidad, no ya en los programas de estudio, sino en los repertorios de los grandes contrabajistas actuales. Sabemos que Franco Petracchi, entre otros, lo interpretó en más de una ocasión, pero hemos tenido que esperar a 2020 para volver a escuchar una nueva grabación desde el disco que Gary Karr sacó para Deutsche Grammophon en 1970.

Medio siglo para que otro contrabajista, en este caso el italiano Daniele Roccato, grabase una nueva versión. ¿Qué ha pasado para que una obra que debería ser icónica haya quedado relegada a un segundo plano? ¿Falló en algo Henze al componerla? Tal vez el Concierto de Henze siga sufriendo, a estas alturas, de la misma incomprensión que gran parte de la música creada durante el siglo XX. Tal vez los contrabajistas no vean recompensado el esfuerzo que supone montarla, careciendo de algún pasaje melódico de carácter más clásico o romántico (más agradecido siempre para el gusto del gran público y de muchos intérpretes). Pero desde que descubrí su existencia, no ha dejado de sorprenderme la escasa atención que despierta esta obra entre la mayoría de contrabajistas, cuando debería tratarse, entiendo yo, de una de las piezas estrella del repertorio.

El pasado año 2020, Roccato grabó para el sello Wergo la integral de la obra de Henze para contrabajo, añadiendo al Concierto las piezas San Biagio 9 agosto ore 12.07 para contrabajo solo, Serenade, original para violonchelo y adaptada para contrabajo con la autorización del compositor, y, como novedad, Trauer-Ode, original para seis violonchelos, cuya interpretación para seis contrabajos fue autorizada por el propio Henze después de asistir a la interpretación llevada a cabo por el propio Roccato y su ensemble de contrabajos Ludus Gravis. Esta nueva grabación, por su mayor riqueza tímbrica, aporta más matices en el diálogo creado entre el contrabajo y la orquesta, con lo que parece que la intención del compositor queda mejor reflejada que en la grabación original.

Daniele Roccato. Photo: Ariele Monti.

Este texto no trata de ser un análisis del Concierto ni una reseña discográfica, y tampoco entraré a comparar interpretaciones, pero sin duda a Roccato hay que reconocerle el valor de romper el silencio y ser el primero, desde Gary Karr, en atreverse a grabar esta obra imprescindible.

Puede que su grabación contribuya a reavivar la llama que insufle nueva vida a este hito ineludible de la literatura de nuestro instrumento. Música pura y absoluta, forma sonora en movimiento, guiada por el sonido de un contrabajo.

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