Pequeñas historias con grandes maestros (II)

A finales de los 80, el acceso a los instrumentos musicales y sus complementos para un estudiante de clase trabajadora, como yo era, resultaba muy limitado económicamente. Pagué por mi primer arco para contrabajo 15.000 pesetas (90 € actuales). En aquellos tiempos, el mercado chino actual ni siquiera se intuía. En su lugar, los instrumentos musicales y sus complementos de gama económica se fabricaban en Europa del Este. En España abundaban los contrabajos Rubner y Paulus (Markneukirchen, antigua Alemania del Este) y los arcos de fabricación checa, polaca, rumana, o de la misma población que los contrabajos antes citados —centro de alta producción en este campo y de desiguales calidades—.

Con mi nuevo arco —que seleccioné por ser el más exótico entre varios—, mi maestro, Xavier Cubedo, me comentó antes de marcharnos de Casa Parramon que tenía que comprar un bote de resina. ¿Resina? Ignorante y obediente, lo hago, pago y nos vamos hacia el Sindicat en metro, como vinimos, pero con mi nuevo arco y “desplumado”, para recibir mi primera lección.

¿Tocar el contrabajo de pie o sentado?

En esta primera clase, Xavier Cubedo me enseñó cómo y cuánto había que tensar el arco, y a ponerle resina (en las tiendas especializadas de la Barcelona de los 80 no dejaban poner resina ni probar los arcos nuevos antes de comprarlos, así que lo seleccionó a ojo de buen “Cubedo”). Me colocó un taburete de madera regulable en altura, con rosca del mismo material, y me enseñó a coger el contrabajo correctamente en esta posición, la cual, según él, sí era más aconsejable en los comienzos del estudio del instrumento. “Se puede tocar el contrabajo de pie o sentado”, me dijo. “Cada cual tiene su preferencia; una manera no es mejor ni peor que la otra, pero comenzaremos sentados para facilitar el aprendizaje inicial”. Al igual que con la elección del tipo de arco, el planteamiento sobre la posibilidad de tocar de pie o sentado fue totalmente sencilla y natural.

Una vez colocado el instrumento entre mis piernas en su posición correcta, tuve una sensación inolvidable: la visión del batidor desde arriba hacia abajo, vertical, larguísimo, totalmente negro, con unas cuerdas gordísimas muy separadas entre sí, sin absolutamente ninguna marca orientativa, y finalizando en un artilugio semicircular patizambo, similar a la puerta de Toledo, donde reposaban las cuerdas, provocó en mi una absoluta sensación de vértigo, como cuando te asomas a un precipicio vertical de cientos de metros y caída libre. Aquella imagen fue la señal del inicio de un largo camino que consistía en conocer los secretos y misterios para hacer música con aquel abismo negro. “Buf… No me queda nada…”, pensé. Y acerté.

Salud para todos.

Nos leemos.

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