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La acogedora e inclusiva guitarra clásica

Abstract:

Guitar Magazine agradece a Arturo Castro Nogueras haber aceptado la invitación a publicar el primer post de nuestro blog. El Caribe, para mí personalmente,ha sido bueno para pensar,mi mundo ha estado criollizado desde el principio.—Stuart Hall Desde luego, estas palabras del teórico cultural anglo-jamaiquino Stuart Hall encuentran una resonancia enorme con mi propia experiencia e…

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Publication date:

ISSN: 2792-8349

Copyright ©

International Journal of Music

Guitar Magazine agradece a Arturo Castro Nogueras haber aceptado la invitación a publicar el primer post de nuestro blog.

El Caribe, para mí personalmente,
ha sido bueno para pensar,
mi mundo ha estado criollizado desde el principio.
—Stuart Hall

Desde luego, estas palabras del teórico cultural anglo-jamaiquino Stuart Hall encuentran una resonancia enorme con mi propia experiencia e interacción con la guitarra. Desde que comencé a tocar la guitarra, el mundo sonoro de mi instrumento se componía de una gran variedad de estilos, géneros y prácticas musicales: la música académica, religiosa, popular para laúd, la vihuela española y el Barroco, la guitarra romántica, el jazz y el rock, además de las muchas tradiciones populares con las que viví y en las cuales el instrumento tenía una figura central. Creo que en el vasto ámbito de la expresión musical, tan familiar para nosotros como lo son la vida o la muerte, actualmente no existe ningún otro instrumento que goce del reconocimiento y la versatilidad de la guitarra. Este instrumento es tan común en tantas regiones geográficas, como el sur de Europa y América, que no es difícil encontrar uno casi en cada casa. En la tradición de la música culta ha sido una parte integrante de la idiosincrasia estilística de compositores que no fueron guitarristas como Domenico Scarlatti, Manuel de Falla, Alberto Ginastera y Manuel Ponce, entre otros, y un componente central para compositores guitarristas como Antonio Lauro, Ernesto Cordero, Leo Brouwer, Agustín Barrios y Francisco Tárrega, por citar algunos. No es de extrañar, entonces, que cuando los discursos nacionalistas musicales tomaron fuerza en la península ibérica e Iberoamérica, los compositores y los estudiosos de la cultura se inspiraron en estilos y tradiciones guitarrísticas que iban desde la música flamenca del sur de España hasta la música de los Andes, o a la cultura gaucha en la Pampa argentina.

Cada tradición musical relevante se vincula a un instrumento representativo. Por ejemplo, se puede asociar el violín con la música italiana —y, más tarde, centroeuropea— de los siglos XVII y XVIII, o el piano moderno con la música de salón del siglo XIX. En la misma línea, me gusta pensar en la guitarra clásica como el instrumento de los siglos XX y XXI, en parte por el esfuerzo titánico de intérpretes como Andrés Segovia, Agustín Barrios Mangoré, Julian Bream, y John Williams, entre otros, en la difusión del repertorio y la legitimidad del instrumento en un circuito en el que los recitales son dominados por el piano. Quizás por este motivo, casi todos los compositores prominentes europeos y latinoamericanos escribieron música para nuestro amado instrumento: Webern, Mahler, Britten, Falla, Castelnuovo-Tedesco, Rodrigo, Ponce, Henze, Walton, Berio, Carter, Ginastera, Chávez, Villa-Lobos, Piazzolla, Fariñas, o Sierra, sólo por nombrar algunos. Sin embargo, a pesar de todo este aporte creativo, nosotros, los guitarristas, continuamos luchando por encontrar un lugar en el marco de la música sinfónica y de cámara que pueda integrarse en los grandes festivales y salas de Europa y América del Norte y del Sur. Ahora, en base a lo referido anteriormente, surge la pregunta: ¿Por qué es esto así?

Si bien no ofrezco una respuesta definitiva, sí creo que en lugares como Europa y América ya tienen las condiciones para mejorar efectivamente el alcance de la llamada “música académica” utilizando la guitarra como lo que es: un instrumento amigable y ampliamente reconocible, ideal para interacciones transculturales, fácil de transportar y perfecto para el desarrollo de nuestros modos de expresión como sociedad y como individuos. Mientras escribo esto, inmediatamente me viene a la mente el proyecto que mi amigo y colega Mircea Gogoncea desarrolla en Nigeria desde 2018. En noviembre de 2019, tuve la oportunidad de participar en su segunda edición, en Lagos, ofreciendo clases magistrales de guitarra con repertorio icónico como son los estudios de Dionisio Aguado y Fernando Sor. Sin embargo, también nos interesó motivar a los jóvenes y a los entusiastas estudiantes de guitarra clásica a encontrar formas de involucrarse, a través del instrumento, con otras tradiciones musicales de su región (lo que ha sucedido en América durante siglos). A fin de cuentas, nuestro objetivo como músicos formados en la inevitable tradición hegemónica y artística europea, era enmarcar nuestro trabajo como un intercambio recíproco. En otras palabras: posicionarnos no como meras autoridades, sino como nexos dentro de una red instrumental mucho más amplia e inclusiva.

Un amigo y compañero guitarrista me dijo una vez que la “guitarra clásica”, como institución, contaba con una excelente infraestructura de festivales, concursos y ciclos que permitían a los guitarristas clásicos ganarse la vida como intérpretes. Por supuesto, estoy de acuerdo con sus comentarios. Sin embargo, quiero plantear otra perspectiva. En una ocasión, mientras esperaba un vuelo en un aeropuerto de México, saqué mi guitarra para estudiar algunas piezas cortas latinoamericanas. En un cierto momento, un hombre de mediana edad, asombrado, se acercó a mí y me comentó cuánto amaba la guitarra, pero que nunca la había escuchado tocar de la forma en la que yo la tocaba. Tratando de disimular mi asombro, le hablé de que probablemente podría darle una lista de artistas, incluso de México (por ejemplo, Manuel López Ramos, Julio César Oliva, Cecilio Perera o Pablo Garibay) que han tocado “música culta” en la guitarra durante décadas. En conclusión, lo que me pareció esclarecedor, cuanto menos, fue que alguien que “amaba” la guitarra, como parecía hacerlo, desconocía por completo esta tradición musical del instrumento. No hay nada de malo en ello; sin embargo, y considerando nuevamente el mundo de la guitarra clásica como una red amplia e inclusiva, creo que los intérpretes de guitarra clásica aún podemos hacer mucho para crear intercambios artísticos y sociales más fructíferos con un público ansioso que aún espera ser integrado. Dicho de otro modo, indudablemente podemos llegar a un público que quizás no está familiarizado o interesado en la música clásica a través de nuestro amado instrumento y, al mismo tiempo, realizar esfuerzos sustanciales para ampliar nuestras propias concepciones de lo que debería ser el mundo de la música. Al fin y al cabo, la música debería formar parte de una misión social y un discurso más amplio, y un instrumento tan versátil y atractivo como la guitarra podría ser una herramienta útil para ello.

El guitarrista Arturo Castro Nogueras (puertorriqueño, cubano y mexicano) cuenta con un rico bagaje cultural que abarca su diversa herencia. Nacido en el seno de una familia de músicos, ha actuado extensamente por Europa, África y América, incluyendo recientes conciertos con entradas agotadas en el Festival de Düsseldorf y el Niederrhein Musikfestival en Alemania, el Reading Fringe Festival en el Reino Unido, el Museo Nacional de Arte de México y el Instituto Iberoamericano de Berlín, entre otros. También es un apasionado conferenciante motivacional que llega a las jóvenes generaciones de músicos en varios países de América Latina, Nigeria, Albania y Alemania. Durante la pandemia de 2020, se mantuvo activo dando conciertos al aire libre de carácter social y organizando breves recitales limitados a sólo una o dos personas. Puedes seguirle, ver sus últimas actuaciones y conocer sus novedades en su web oficial (arturoguitar.com), en su canal de YouTube (Art Guitar), en Instagram (@arturo.castro.nogueras) y en Facebook (Arturo Castro Nogueras).

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